miércoles, 26 de marzo de 2014

La preciosa semilla

Hace algunas semanas sembramos en casa unas semillas de pimentón, con la esperanza de que crecieran algunas plantas para consumir en casa. Plantar una semilla requiere trabajo. Antes de sembrar hay que preparar la tierra, abonarla y asegurarse que es apta para plantar en ella. Pero mayor trabajo es el que necesita para que crezca: hay que regarla, quitar la maleza, cuidarla de las plagas, etc. Son muchos los cuidados que hay que darle a la semilla plantada para que se desarrolle y a la larga pueda uno cosechar lo que plantó.

            En el proceso de plantar esas semillas de pimentón, fue inevitable pensar en el evangelio como una semilla preciosa que es plantada. Los sembradores, todos aquellos que lo predicamos, lo diseminamos por doquiera que vamos. Así el reino de los cielos es anunciado en muchos lugares. Ahora bien, para que esa semilla, el evangelio, produzca los frutos deseados –personas  transformadas- requiere de ciertos cuidados. Esos cuidados podemos resumirlos en una sola palabra: DISCIPULADO.

            En Amazonas, se ha diseminado la semilla del evangelio a lo largo y lo ancho de la selva. En los lugares más alejados, a días de camino, hay un templo donde se ora a Dios y eso sin duda es una bendición. Sin embargo, la semilla ha crecido sin los cuidados que necesitaba y por lo tanto hay algunas plagas en ella y no da los frutos deseados. La iglesia indígena  es débil y no tiene fundamentos firmes en la Palabra de Dios; dicho en otras palabras: requiere discipulado. Por discipulado no me refiero a una lección semanal acerca de las doctrinas básicas, me refiero al proceso mediante el que una persona pasa, de congregarse e identificarse como cristiano, a llevar una vida que evidencie su nuevo nacimiento y la formación del carácter de Cristo en él. Resulta fácil decirlo, pero es un trabajo arduo porque son muchas las comunidades y las iglesias que requieren atención.

            Los obreros somos pocos y la tarea puede resultar abrumadora. Son cientos de comunidades indígenas distribuidas en miles de kilómetros cuadrados de selva. Puede parecer imposible.

            Nosotros estamos convencidos de que la clave para atender las necesidades de más comunidades y producir un verdadero impacto es que sean sus propios líderes que lleven adelante esta tarea usando como vehículo su propio idioma. Ahí nos encontramos con otra dificultad: la situación de los líderes no es muy diferente a la de iglesia en general. Pero, esa dificultad se convierte en oportunidad si nos enfocamos en la formación de esos lideres como discípulos; esto puede generar un efecto dominó en las vidas de esas comunidades: Líderes transformados = Iglesias transformadas = Comunidades transformadas.


            En eso andamos, eso es lo que hacemos, con la ayuda insustituible del Espíritu Santo.