Hace ya casi un mes visitamos por primera vez una comunidad. No avisamos que
iríamos, en parte porque no había manera de hacerlo telefónicamente, y en parte
porque queríamos hacer un pequeño experimento a modo de diagnóstico. Queríamos
saber cómo era un domingo común y corriente en la comunidad, saber si los
creyentes se están reuniendo los domingos como es costumbre entre los
cristianos.
Llegamos
a la comunidad, ya eran más de las nueve de la mañana, pero el lugar de reunión
estaba cerrado, el hermano que conocemos en la comunidad no se encontraba,
estaba en el conuco –mala señal. Entonces fuimos a conocer al pastor, quien
estaba en su casa junto a toda su familia. Pero ni señales de que ese día
habría reunión de los creyentes de la comunidad. A la pregunta ¿Habrá culto
hoy?, la respuesta fue que había estado enfermo, tenía unas llagas en los pies
y por eso no se estaban reuniendo, pero que ya se estaba mejorando y pronto
comenzarían a reunirse otra vez. Mientras él hablaba, se podía oír un murmullo
en jivi, eran unas mujeres que estaban en la casa, me hubiese encantado saber
qué estaban diciendo. Sin embargo, por la actitud y por experiencias previas
puedo deducir que probablemente estaban hablando de las excusas del pastor.
Esta
corta visita nos sirvió para hacer un pequeño diagnóstico de la vitalidad de
las iglesias indígenas de la zona. Si bien es cierto que no todas las iglesias
están en esa situación, también es cierto que es un escenario que se repite con
demasiada frecuencia. El mismo pastor con quien hablamos nos dijo que muchas de
las iglesias de las comunidades ya no están abiertas, y los creyentes han vuelto
atrás.
Todo
esto me hizo pensar en una visión que tuvo el profeta Ezequiel (cap.37), en la
que veía un valle lleno de huesos. Estos huesos ya estaban secos, probablemente
tenían mucho tiempo expuestos a los elementos, no había ningún indicio de vida
en ese lugar, ni el más mínimo.
Entonces,
Dios le hizo al profeta una pregunta: ¿Podrán estos huesos volver a convertirse
en personas vivas? La respuesta obvia y humana sería: ¡Por supuesto que no!
¡Estos muertos están bien muertos! Pero el profeta responde: “oh Soberano
Señor, sólo tú sabes la respuesta”, dando a entender que lo que humanamente era
imposible, Dios era capaz de hacerlo.
Entonces
el Señor le da al profeta una orden un poco extraña: “Anuncia un mensaje
profético a estos huesos”, y el profeta sin titubear comienza a decirle a los
huesos: “Huesos secos, escuchen la palabra del Señor ¡Atención! ¡Pondré aliento
de vida dentro de ustedes y haré que vuelvan a vivir!”. Me imagino al profeta
parado frente a las osamentas, diciéndoles: “Les pondré carne y músculos;
¡pondré aliento en ustedes y revivirán!”, y mientras todavía hablaba comenzó a
escuchar un traqueteo de huesos por todo el lugar. ¡Los huesos comenzaron a
juntarse frente a sus ojos! Debe haber sido muy impresionante. Sabemos que luego
aparecieron músculos, tendones, etc., y por último les fue dado aliento de vida
y volvieron a vivir formando un gran ejército.
Sabemos
que esa profecía fue dada al pueblo de Israel, sobre su restauración total como
nación, pero nos muestra claramente que Dios tiene el poder para volver a la
vida lo que está muerto, aunque esté bien muerto, seco, sin esperanza. He
podido ver muchos creyentes entre las etnias (y en nuestras iglesias en
general) que están en una situación espiritual de muerte total y absoluta,
están secos, no hay vida en ellos. Pero creemos en un Dios que es capaz de
volver a la vida y restaurar íntegramente aquello que humanamente damos por
perdido.
Es
probable que algunos hayan desahuciado a la iglesia indígena, que hayan pensado
que no hay manera en que cobre vida y sea restaurada para un servicio a Dios
genuino y perdurable. Pero yo creo que Dios tiene el poder para volverla a la
vida, impartir su aliento y revivirla para su gloria.