sábado, 23 de diciembre de 2017

Los huesos secos cobran vida

Hace ya casi un mes visitamos por primera vez una comunidad. No avisamos que iríamos, en parte porque no había manera de hacerlo telefónicamente, y en parte porque queríamos hacer un pequeño experimento a modo de diagnóstico. Queríamos saber cómo era un domingo común y corriente en la comunidad, saber si los creyentes se están reuniendo los domingos como es costumbre entre los cristianos.
                Llegamos a la comunidad, ya eran más de las nueve de la mañana, pero el lugar de reunión estaba cerrado, el hermano que conocemos en la comunidad no se encontraba, estaba en el conuco –mala señal. Entonces fuimos a conocer al pastor, quien estaba en su casa junto a toda su familia. Pero ni señales de que ese día habría reunión de los creyentes de la comunidad. A la pregunta ¿Habrá culto hoy?, la respuesta fue que había estado enfermo, tenía unas llagas en los pies y por eso no se estaban reuniendo, pero que ya se estaba mejorando y pronto comenzarían a reunirse otra vez. Mientras él hablaba, se podía oír un murmullo en jivi, eran unas mujeres que estaban en la casa, me hubiese encantado saber qué estaban diciendo. Sin embargo, por la actitud y por experiencias previas puedo deducir que probablemente estaban hablando de las excusas del pastor.
                Esta corta visita nos sirvió para hacer un pequeño diagnóstico de la vitalidad de las iglesias indígenas de la zona. Si bien es cierto que no todas las iglesias están en esa situación, también es cierto que es un escenario que se repite con demasiada frecuencia. El mismo pastor con quien hablamos nos dijo que muchas de las iglesias de las comunidades ya no están abiertas, y los creyentes han vuelto atrás. 
                Todo esto me hizo pensar en una visión que tuvo el profeta Ezequiel (cap.37), en la que veía un valle lleno de huesos. Estos huesos ya estaban secos, probablemente tenían mucho tiempo expuestos a los elementos, no había ningún indicio de vida en ese lugar, ni el más mínimo.
                Entonces, Dios le hizo al profeta una pregunta: ¿Podrán estos huesos volver a convertirse en personas vivas? La respuesta obvia y humana sería: ¡Por supuesto que no! ¡Estos muertos están bien muertos! Pero el profeta responde: “oh Soberano Señor, sólo tú sabes la respuesta”, dando a entender que lo que humanamente era imposible, Dios era capaz de hacerlo.
                Entonces el Señor le da al profeta una orden un poco extraña: “Anuncia un mensaje profético a estos huesos”, y el profeta sin titubear comienza a decirle a los huesos: “Huesos secos, escuchen la palabra del Señor ¡Atención! ¡Pondré aliento de vida dentro de ustedes y haré que vuelvan a vivir!”. Me imagino al profeta parado frente a las osamentas, diciéndoles: “Les pondré carne y músculos; ¡pondré aliento en ustedes y revivirán!”, y mientras todavía hablaba comenzó a escuchar un traqueteo de huesos por todo el lugar. ¡Los huesos comenzaron a juntarse frente a sus ojos! Debe haber sido muy impresionante. Sabemos que luego aparecieron músculos, tendones, etc., y por último les fue dado aliento de vida y volvieron a vivir formando un gran ejército.
                Sabemos que esa profecía fue dada al pueblo de Israel, sobre su restauración total como nación, pero nos muestra claramente que Dios tiene el poder para volver a la vida lo que está muerto, aunque esté bien muerto, seco, sin esperanza. He podido ver muchos creyentes entre las etnias (y en nuestras iglesias en general) que están en una situación espiritual de muerte total y absoluta, están secos, no hay vida en ellos. Pero creemos en un Dios que es capaz de volver a la vida y restaurar íntegramente aquello que humanamente damos por perdido.

                Es probable que algunos hayan desahuciado a la iglesia indígena, que hayan pensado que no hay manera en que cobre vida y sea restaurada para un servicio a Dios genuino y perdurable. Pero yo creo que Dios tiene el poder para volverla a la vida, impartir su aliento y revivirla para su gloria.