Es
muy probable que nosotros no hayamos estado en una situación en la que nuestra
fe sea puesta a prueba al límite, y cuando digo al límite me refiero a que
nuestra vida sea amenazada por lo que creemos. Cuando pensamos en esa
posibilidad, la respuesta automática es como la de Pedro: ¡Yo moriría por el
Señor!, pero la verdad es que cuando la vida está en riesgo el instinto de conservación
nos hace tomar decisiones que no tomaríamos normalmente. Bien dijo el Acusador
acerca de Job (2:4a): ¡Piel por Piel! Cualquier hombre renunciaría a todo lo
que tiene para salvar su vida.
En
la Biblia encontramos unos jóvenes que estuvieron entre la espada y la pared, y
no duraron dar un paso hacia la espada, metafóricamente hablando, pero no
estaban dispuestos a desechar lo que creían para salvar sus vidas.
Probablemente ya saben que me refiero a Sadrac, Mesac, y Abed-Nego, y quizá
también saben el maravilloso final de la historia.
La
fe de estos muchachos fue puesta a prueba, y su máxima expresión de confianza
son sus palabras: “…el Dios a quien servimos es capaz de salvarnos… pero si no
lo hiciera, deseamos dejar en claro ante usted que jamás serviremos a sus
dioses…” (Dn3:17-18). Es impresionante ver cómo en una situación de vida o
muerte, literalmente, ellos no estuvieron dispuestos a negociar su fe, no intentaron
buscar una posición ‘neutral’ o ‘intermedia’, no hicieron ‘tratos’. Ellos
sabían que no hay medias tintas, es blanco o negro, no hay más. Ellos mostraron
una fe fuerte, sin irrespetar la soberanía de Dios (“y si no lo hiciera”). Ellos
sabían que Dios tiene el poder para salvarlos, pero que no está obligado a
hacerlo.
Para
manifestar una fe así de fuerte y firme, inamovible, es necesario ejercitarla.
Las situaciones sencillas no son un buen gimnasio para nuestra fe, no
necesitamos confiar porque dependemos de nosotros, pero cuando las cosas se
ponen complicadas y no podemos resolverlas por nuestra propia fuerza nuestra fe
se pone en marcha.
La
Biblia nos da una mirada a lo que estos jóvenes experimentaron antes del horno
ardiente, pero seguramente su gimnasio de la fe no fue relatado completamente
en las Escrituras. Los venezolanos estamos en un entrenamiento intensivo de
nuestra fe, cada día, hasta el asunto más sencillo puede convertirse en una
sesión de cardio para nuestra confianza en Dios.
Mi
papá hace carreras de 8k, 10k, y medias maratones, y sé que antes de una carrera
tiene que entrenar muy fuerte, tiene que subir la intensidad del ejercicio para
poder tolerar la carrera y terminarla. Ahora bien, quizá este entrenamiento tan
intenso al que estamos siendo enfrentados como venezolanos se debe a que
estamos por participar en un maratón y para eso requerimos subir la intensidad
del ejercicio de fe que usualmente teníamos.
Todo esto tiene un propósito: entrenarnos para
la sumisión a Dios, una sumisión en la que si somos puestos al límite estemos
dispuestos a asumir las consecuencias, aunque nos cueste la vida. Una fe firme
necesita un entrenamiento intenso; si vamos a enfrentar una situación crítica
como la de estos jóvenes, no lo sé. Por ahora, sólo demos gracias a Dios por lo
que él puede sacar de nosotros en medio de las circunstancias de nuestro país;
que cuando esto termine nosotros amemos más a Dios, seamos más agradecidos,
administremos mejor lo que tenemos, tengamos una confianza bien puesta, en fin,
seamos mejores cristianos.